Mi Padre vive enun pueblito de Venezuela donde el tiempo --sin duda-- discurre a un ritmo más lento. En mi viaje al interior del país, tuve la oportunidad de pararme en El Limón y por el callejón de Las Amapolas conseguí al final, una casa que todavía se llama El Caney ¡Es la casa de mi niñez! Que suerte de disponer de preciados minutos para visitar a viejos vecinos y amigos. Y poder dar con mi inseparable amigo de aventuras de muchachos: ¡Orangel! En Montalbán me esperaba la grata sorpresa de volver a ver a mi Padre. Sin quererlo y tratando de observar imparcialmente, tuve la oportunidad de enterarme de los cambios radicales que suceden en este pequeño pueblo que pudiese ser uno de tantos en Venezuela.

Montalbán es un pueblito muy humilde pero es fácil conseguirle sus atractivos: En una casa pintada con una sofisticada paleta de colores pasteles; En su Iglesia, que alberga su famosa Virgen Negra de Atoche o en sus imponentes montañas que la refugian de las intrusiones del tiempo.

Es difícil creer que unos escasos dos días sirvan para derretir las reservaciones que se puedan haber formado por la distancia y el tiempo. Pero cuando los sentimientos son puros y los familiares fáciles de conocer, ¡Dos ías valen mucho!

Mi esposa Sally y yo somos fanáticos de los caballos, de los de monta, de los de competencias hípicas y de los de cuatro patas. Que sorpresa descubrír que en esta region de Venezuela existen varias harás dedicadas a la cría de caballos para la industria hípica nacional. Me atrevo a decir que este bello Estado es un de los mas productivos de Venezuela y esto es fácil de percibir por su gente siempre en movimiento, sus industrias y en los lugares mas retirados sus bellas granjas y haciendas.

Siempre hay tiempo para pasar un rato agradable. Mi hermano Alfredo decidió que nos encontraríamos en una salida de la autopista en mi vía de regreso a Caracas. ¡Que bien sabe un café o un refresco cuando lo compartes con personas que te agradan!